Por: Yuri Buenaventura
No se puede hablar de la salsa sin hablar del encuentro entre naciones y de los intercambios culturales y humanos. Si la música es posible, es gracias a complejos procesos de integración social entre campos y ciudades. Las culturas y los pueblos se abrazan en la música y, en ese abrazo, los ritmos evolucionan, se van creando nuevas sonoridades y emergen nuevas estéticas musicales.
Para hablar de salsa tenemos que hablar de su origen, de África, de la llegada de los africanos al Caribe y de la presencia del tambor en estas tierras. Tenemos que hablar de los europeos y de sus melodías; de los instrumentos que llegaron a nuestra América en el siglo XVII; del aporte de los indígenas caribeños con instrumentos como las maracas; de la cosmovisión del amerindio; del cruce de tradiciones, y del nacimiento de distintas sonoridades en ese encuentro de pueblos.
La mezcla de los ritmos africanos con las armonías y melodías europeas y amerindias abrió paso a músicas particulares en cada zona del Caribe o de América Latina. En Cuba nacieron el guaguancó, el son cubano, el danzón y el bolero; en República Dominica, el merengue y la bachata; en Puerto Rico, la bomba y la plena; en Colombia, la cumbia y el currulao; en Panamá, el tamborín.
Debido a los desplazamientos masivos del campo a la ciudad, la música del oriente de Cuba llegó a La Habana; la de la zona rural puertorriqueña, a San Juan, y la de los campos colombianos, a Cartagena y a Cali. Estas músicas actualizaron una y otra vez las sonoridades internas de la nación y propiciaron el esparcimiento de los pueblos, cuyo bienestar dependía en buena parte de la danza, el compartir y la fiesta.
Luego se dio la emigración de los latinoamericanos hacia Estados Unidos. Los emigrantes, con su barata mano de obra, se instalaron en los barrios populares de las grandes ciudades, habitados, en su mayoría, por negros. Ese entorno cultural dio lugar a un explosivo coctel de ingredientes exquisitos: jazz, músicas negras, grandes formaciones orquestales.
Para el negro estadounidense la presencia del negro caribeño y latinoamericano fue trascendental. El maestro Chano Pozo, piedra angular de este cruce cultural, llevó al país norteamericano el tambor de mano, instrumento que permitió la reconstrucción de la memoria africana en el tejido sociomusical de EE. UU.
De este encuentro de tradiciones musicales, de orquestación y de armonías surgieron la salsa y el ‘latin jazz’. Y a esa composición polirrítmica de la salsa se sumaron los cruces con el tango argentino y la música brasileña.
La música: una bandera
En Nueva York, las colonias latinoamericanas hicieron de la música una bandera común que les permitió hacer frente a la exclusión y a la marginalidad a las que estaban expuestas. Además, facilitó el arraigo cultural y la cohesión social.
Durante la Segunda Guerra Mundial, el Gobierno de EE. UU. alistó en las filas de sus ejércitos a una gran parte de la comunidad latina. En la posguerra, los marines americanos de origen latino cargaron en sus maletas vinilos de mambo y chachachá, ritmos que sirvieron de estímulo, bálsamo y alegría a un continente devastado por la guerra: la música festiva y la danza explosiva de los latinos elevaron los espíritus de los europeos.
Hacia 1965, los países del este europeo se vieron obligados a negociar de otra forma con Cuba. El bloqueo económico impuesto a la isla los condujo a interactuar exclusivamente con los países de la Cortina de Hierro. El azúcar y la música eran algunos de los pocos productos que Cuba podía compartir con dichos países.
Por eso, el bolero y el son cubano, la famosa ‘Guantanamera’ y todo el catálogo de la música cubana, no tardaron en convertirse, a finales del siglo XX, en una dimensión constitutiva de la cultura de esos países del Este.
En 1970 la mítica casa de producción musical Fania All Stars se encargó de congregar a los grandes genios de la dirección de la música caribeña en un solo sello disquero.
Unidos y dirigidos industrialmente por Fania, artistas como Eddi Palmierie, Celia Cruz, Cheo Feliciano, Tito Puente, Héctor Lavoe, Pete el Conde Rodríguez, Ismael Miranda, Larry Harlow, Alfredo de la Fe y Ray Barreto atravesaron las fronteras del universo latino e hicieron de la salsa un género bandera de la integración de las naciones latinoamericanas.
La salsa romántica
En los años 80 entró a la escena la denominada salsa romántica, un término acuñado por la industria musical que ignoró la poesía encerrada en un bolero.
En la industria musical, Miami y Los Ángeles influenciaron profundamente la sonoridad salsera. Sus estructuras industriales y sus soportes técnicos de grabación y producción musical fueron un referente para el mundo entero.
En ese momento, la salsa experimentó una transformación conceptual rotunda: los cambios en los procesos de producción en los estudios la alejaron de la sonoridad original, fuerte, libre y urbana de Nueva York y la condujeron a un escenario más ligero musicalmente.
Al atravesar las fronteras del mercado de la música, los productores de la salsa y los directores artísticos privilegiaron los rostros jóvenes de rasgos occidentales para cumplir los estándares impuestos por Miami y Los Ángeles.
Desafortunadamente, los parámetros industriales no necesariamente van de la mano del arte y de la expresión cultural. Los gerentes de las disqueras y los productores musicales han tomado decisiones que han sido nefastas para un género que, poco a poco, fue perdiendo el núcleo duro de su audiencia: las comunidades mestizas.
Las escuelas
Mientras esto ocurría, los músicos de Puerto Rico estudiaban jazz y se formaban en la Gran Academia americana para enfrentar los desafíos que planteaba la escena musical internacional.
Los latinos entraron, entonces, a jugar en las grandes ligas de la industria con la música pop, pero con un fuerte ingrediente latino. De los productores formados por la Academia Americana, la salsa heredó una mayor estructuración en la composición musical y lírica.
Por otro lado, los métodos de estudio de los países del este de Europa aterrizaron con mucha fuerza en Cuba. Y sobre la base de la gran academia de la música popular europea (que traía en las entrañas la música Tzigane o gitana de Hungría, Rusia y Rumania) se construyeron estas músicas cubanas.
Esta teoría, difícil de digerir para muchos, está bien definida en las partituras de la música bailable de La Habana con las formaciones de Timba (nueva salsa cubana), que no es más que los ritmos cubanos orquestados para los vientos conforme a los métodos musicales de Europa del este y de la música gitana que arraigaron en La Habana, mas no en San Juan, donde pisó fuerte la escuela de jazz y su método de estudios para ‘brass’ americano negro.
Europa y la World Music
Nuestro desembarque como músicos colombianos en la Europa de los años 80 dio un toque continental al pensamiento insular que ha caracterizado a la salsa.
El pensamiento fronterizo y la necesidad de transmitir en la música los valores de nuestra patria, tan estigmatizada en Europa en los años 90 a causa del narcotráfico, fueron trascendentales.
En Europa confluimos venezolanos, panameños, peruanos, argentinos, mexicanos, uruguayos. El tambor del Pacífico, el tambor cubano, el arpa llanera y la milonga se encontraron justo cuando el tren de la World Music tocaba el pito de salida.
Nos subimos en el último vagón de ese tren. Allí iban figuras como Miriam Makeba, Youssou Ndour, Cesária Évora, Paco de Lucía, Emir Kusturica, Goran Beregovic, Amadou et Mariam, Salif Keita. Nuestra salsa se nutrió, entonces, de las músicas africanas contemporáneas, de la sonoridad del jazz europeo y de las músicas de los países del Magreb. A esos elementos agregamos la lengua francesa, que facilitó la entrada de la salda a países tan complejos como los islámicos.
La salsa de hoy tiene el desafío de seguir un camino universal, tan universal como ella misma, como su mezcla interétnica, como el sueño de unidad de los seres humanos. Porque eso es la salsa: un diálogo entre los pueblos, las naciones, sus sonidos, sus músicas, sus sueños y su futuro.
Maestro de la salsa
Con una carrera artística de más de tres décadas, Yuri Buenaventura es considerado uno de los grandes referentes de la salsa en el mundo. Reside en París desde los 19 años, pero por sus venas corre sangre negra y ritmos africanos. Este año ofreció una gira en Colombia para celebrar su cumpleaños número 50.
YURI BUENAVENTURA
Especial para EL TIEMPO
Fuente