Autor: Pedro de la Hoz | pedro@granma.cu
La voz siempre en el borde delantero, ¿pero qué sería la voz sin piano, orquesta, arreglos instrumentales? ¿Cómo se las ingenió para que Vicentico Valdés, Panchito Riset y el puertorriqueño Tito Rodríguez brillaran en buena compañía?
Esa fue la misión cumplida por el pianista y orquestador René Hernández, uno de los imprescindibles de la música cubana en el siglo XX. De él, otro grande, Lilí Martínez Griñán dijo: “En mi tiempo había que quitarse el sombrero ante René Hernández por la manera de sonear en el piano”. El maestro Leonardo Acosta, al penetrar con agudeza en los vasos comunicantes entre las escenas sonoras de Cuba y Estados Unidos, observó: “Mientras por una parte Machito, Bauzá y Chano Pozo fueron puntales del jazz afrocubano o cubop, junto con jazzistas como Dizzy Gillespie y Charlie Parker, René Hernández introdujo el mambo en la banda de Machito, con sus arreglos y su estilo pianístico”.
A cien años de su nacimiento el 21 de enero de 1916 en Cruces, Hernández ocupa un lugar respetable en la memoria sonora de nuestra época.
Hace apenas un mes, en una entrevista concedida al diario mexicano Milenio, el norteamericano de origen boricua Eddie Palmieri confesó haber estudiado a fondo la música cubana para nutrir su estilo y citó tres paradigmas personales: Lino Frías, Jesús López y René Hernández.
Si René fue esencial, desde finales de los años 40 hasta su deceso en San Juan el 5 de septiembre de 1987, para el desarrollo en Estados Unidos y Puerto Rico de los géneros musicales latinos de matriz cubana —dígase el bugalú y la salsa—, antes marcó territorio en varias formaciones en su patria, entre estas las orquestas Hermanos Palau y la de Julio Cuevas.
En 1947 marchó a Estados Unidos, fichado por Frank Gutiérrez Grillo, Machito, para la banda Afro-Cubans, donde permaneció por casi 20 años. Pero antes de esta historia, en los propios EE.UU. hizo los arreglos y ejecutó el piano el 7 de febrero de 1947 en una grabación mítica, con Tito Rodríguez como vocalista, con quien años después, a partir de 1966, sostendría una relación estable de trabajo.
Memorables fueron sus orquestaciones para Vicentico Valdés. Con orquesta concebida especialmente para sesiones de estudio dejó su impronta en Añorado encuentro, Camino del puente, Envidia, Me faltabas tú, La gloria eres tú y Cómo fue.
Como otras recordadas colaboraciones suyas clasifican sus trabajos con Herbie Mann, Francisco Aguabella, Mongo Santamaría, La Lupe y Eddie Palmieri. Ahora bien, si se quiere tomar el pulso al genio de René en sus tres dimensiones —arreglos, son y mambo—, hay que escuchar Montuneando, una obra maestra que en 1963 tributó a Mongo Santamaría: cuatro minutos para delirar.