Música que nunca cantó en Puerto Rico y que, en la coyuntura de su despedida de las giras de salsa con el espectáculo “Caminando: adiós y gracias”, interpretó anoche en una inolvidable función vendida a su capacidad en el Coliseo de Puerto Rico José Miguel Agrelot.
Blades cantó con la orquesta de Roberto Delgado, que lo acompaña en su reciente disco “Son de Panamá”, reconocido con el Grammy.
Esta banda ya se había presentado en Puerto Rico sin mucha trascendencia, cuando a mediados de la década de 1990 Blades grabó el cedé “La Rosa de los Vientos”.
Y es que desde la orquesta de Willie Colón, Seis y Son del Solar hasta Spanish Harlem Orchestra y Editus Ensemble, a Blades siempre lo acompañaron los mejores músicos del género.
Tras su debut como amateurs en el disco “Rubén Blades presenta a Roberto Delgado”, grabado hace casi dos décadas, en 2016 la agrupación aún no se emplea lo suficientemente aceitada, distando de conciertos memorables con las agrupaciones mencionadas.
Eso resultó mucho más evidente con las inconsistencias en el sonido, al inicio de la función con la balada “Parao” del disco “Mundo” y el éxito “Caminando”, del cedé homónimo, y gran parte de la velada.
Pero Blades, a pesar de que su acompañamiento orquestal no fue el mejor y el sonido fue muy estridente, no perdió la concentración y dijo mucho con sus palabras y con su música, recordando en el primer segmento su época con el Conjunto Latino de Papi Arosemena, en que emulaban el estilo de Cheo Feliciano con el Sexteto de Joe Cuba. El tributo al ícono ponceño del bolero y la salsa incluyó “Guaracha y bembé”, el bolero “Aunque tú” y el guaguancó “La palomilla”, durante las cuales se proyectaron imágenes suyas con Cheo en una evocación muy emotiva, fuertemente aplaudida por el soberano.
Blades continuó con el homenaje a los intérpretes puertorriqueños que marcaron los inicios de su carrera con el bolero “Apóyate en mi alma”, del repertorio de Tito Puente y Santitos Colon, “que viven para siempre por su calidad”, según dijo.
1975 fue un año decisivo en su carrera pues debutó con Willie Colón en el elepé “The Good, The Bad & The Ugly”, el único en que cantan Héctor Lavoe, Willie y Blades, quien grabó “El casanguero”, historia inspirada en su experiencia como abogado en una cárcel de la Isla de Coiba, en que observaba a los confinados espantar las cazangas, un ave que amenaza los cultivos de arroz.
En 1975 también salió el clásico “Barretto”, en que popularizó “Vale más un guaguancó” de Tite Curet Alonso. Blades afirmó anoche que Tite es el mejor autor de la salsa y la cantó en otra página nostálgica de su trayectoria desempolvada en la función.
El creador de “Pedro Navaja” no tuvo reparos en agradecer a Willie Colón su receptividad para la grabación del clásico “Pablo Pueblo”.
Aunque obvió su colaboración con Pete Rodríguez en “De Panamá a Nueva York”, no olvidó a Louie Ramírez con “Paula C”, que a su juicio es uno de los antecedentes de la salsa romántica. El arreglo, como los de otros éxitos, no estuvo al nivel del trabajo original, resultando inexplicable la fallida articulación de los compases en samba del arreglo de Ramírez.
Blades, quien fue narrando su historia musical, agradeció a Willie Colón, porque sin su receptividad no hubiera grabado “Pablo Pueblo”, del álbum “Metiendo mano” y que anoche la sección de trombones abordó con mejores resultados.
Con la excepción de “Juan Pachanga”, de su segundo disco con la Fania All Stars y en el que la sección de metales interpretó el mambo más demoledor de la presentación, las remembranzas de su etapa con Willie continuaron con “Ojos” de Johnny Ortiz, “Buscando guayaba”, “Pedro Navaja”, “Tiburón” y “Ligia Elena”, que algunas parejas bailaron en la parte posterior de la arena y que todo el auditorio tarareó, como una catarsis que a su vez reconfirmó que la música más trascendental de su carrera la grabó con el acompañamiento de Willie Colón.
La segunda parte del concierto, que incluyó sobre una treintena de canciones, se concentró en la etapa de Seis y Son del Solar. Después de “Sin tu cariño”, Blades cantó sus composiciones “Decisiones”, “Ojos de perro azul” (basada en el cuento homónimo del escritor colombiano Gabriel García Márquez y regrabada en “Son de Panamá” con un arreglo de mucha más elaboración orquestal que el original de Oscar Hernández) y “Amor y control”, antes de cuya interpretación presentó a su hijo Joseph y su nieta, reconociendo que no haberlos reconocido ha sido el mayor error y pecado de su vida.
El recuerdo de Pete "El Conde" Rodríguez también se asomó al emotivo concierto. Asimismo, de éxitos como “‘El padre Antonio y su monaguillo Andrés” y “Buscando América” formaron parte del extenso repertorio.
A su emotiva interpretación le siguieron “El Padre Antonio” y “Buscando América”, cuyo despliegue de imágenes de gente común y corriente de los barrios marginados de América Latina fue conmovedora.
“Todos vuelven” tocó la fibra de la nostalgia por el complemento de la proyección de fotos de artistas fallecidos como Celia Cruz, Tite Curet Alonso, Israel López ‘Cachao’, Paco de Lucía, Gabriel García Márquez y Juan Formel, entre otros.
No faltó un tributo a Héctor Lavoe con su versión de “El cantante” que tomó como referencia el arreglo que Willie Colón escribió para su composición.
Casi a la medianoche, Rubén llamó al frente a la orquesta y a su director Roberto Delgado, quien presentó a los músicos. Minutos después, inesperadamente, Blades apareció en una pequeña tarima en la parte posterior del escenario y -en un acercamiento más íntimo a su público- interpretó “Patria” para poco después despedirse con “Maestra vida”, prometiendo que ayudará a Puerto Rico desde otra capacidad.
El concierto “Caminando: adiós y gracias” fue oportuno para recordar que, a través de su carrera, Rubén Blades ha denunciado en sus letras el racismo, el imperialismo, la pobreza, la criminalidad, la intolerancia, la corrupción, la opresión popular y otros males que lo inmortalizan como el cantautor social y el juglar urbano más versado de la salsa.
Textos, algunos catárticos para la clase media profesional que, en su mayor parte, desbordó el Coliseo José Miguel Agrelot en una jornada prolongada durante poco más tres horas. Textos, a veces literarios y noticiosos, que conforme al criterio de este periodista lo inmortalizan como un artista fuera de serie en el género.
Anoche hubo momentos de humor, como cuando aludió a otro concierto: el del recaudador del PPD Anaudi Hernández, además de bromear con la idea de patentizar el pionono que tanto le gusta para pagar la deuda del País.
Incluso, formuló planteamientos serios como la urgencia de igualdad en la remuneración para la mujer profesional y en algunos de sus soneos evocó a Pedro Albizu Campos y clamó por la liberación de Oscar López Rivera.
El diseño lumínico y el despliegue de gráficas, algunas basadas en comics o historietas digitales, como en “Pedro Navaja” y “Decisiones”, le añadieron brillo a la puesta en escena, aunque el audio en sala no fue el mejor y el desempeño de la orquesta de Roberto Delgado fue inconsistente, lo que sugiere que faltó ensayo o el correspondiente chequeo de sonido.
Mas el público asistió a ver a Rubén Blades en su despedida de las giras de salsa y el artista panameño reciprocó con creces el lleno total cantando más de 30 canciones y reconociendo que sin la aportación de los músicos, compositores y arreglistas boricuas que respaldaron su carrera hace cuatro décadas posiblemente su nombre no hubiera trascendido a mito y leyenda.
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