La salsa no ha tenido hasta tiempos recientes ni estudios, ni biógrafos. Ha permanecido fiel a la cultura oral frente a otros estilos de la cultura popular (el flamenco, el rock o el jazz) que han contado con abundantes intelectuales empeñados en poner, negro sobre blanco, las narraciones que jalonan su historia.
Por ello, resulta importante la reedición de El libro de la salsa (Turner), de César Miguel Rondón, un texto publicado en 1980 en Venezuela que analiza el fenómeno de la salsa neoyorquina dentro del contexto del Caribe. Es un libro crucial en la manera de entender el fenómeno de la música latina y su desarrollo en Nueva York (y de ahí al resto del planeta) por parte de un testigo cuyo punto de vista parece alejado del meollo de la situación. Rondón escribe desde Venezuela aunque nació en México en el exilio de sus padres.
Rondón cuenta con una ventaja frente a todos los salseros: no defiende ni patrias ni banderas, su estandarte es el sabor. Es a partir de ahí donde gana todas las batallas. Así percibe el barrio como principal nutriente de la salsa, el lugar común al Caribe y a toda Latinoamérica.
El contenido arranca en Nueva York en los años 50 con el furor del mambo en el Palladium -con Tito Puente, Tito Rodríguez y Machito- que la década anterior había protagonizado una insólita alianza con el jazz. Cabe analizar la ausencia de Pérez Prado en la descripción del panorama. El rey del mambo se había convertido en el gran divulgador universal de los excitantes ritmos caribeños, pero sus actuaciones se limitaban a las élites y lo que Rondón pretende narrar tiene sabor a sudor de barrio, a revolución.La revolución cubana de 1959 tuvo un efecto insólito. Dejó sin referencias a la música latina (y fuera de la futura órbita salsera) al panorama musical más rico y productivo de la primera mitad del siglo XX, la música cubana. Rondón confiesa que visitó la isla y que se encontró una actitud beligerante de los líderes culturales comunistas con la tradición. Los cubanos de la isla sospecharon que si Rondón hablaba de Celia Cruz e ignoraba a Celeste Mendoza estaba mediatizando el asunto desde la política. El escritor no intenta paliar la falta de información sobre la salsa cubana (la timba) en las sucesivas ediciones del libro. Así, el prólogo a la edición de 2004 fue obra del escritor cubano Leonardo Padura, que hizo un elogio del texto de Rondón sin segundas interpretaciones y escribió sobre el efecto que le produjo el libro: "Comencé a ver la cultura del Caribe desde otra perspectiva más íntima y comprensiva, definitivamente superior".
Visto desde la perspectiva actual de información globalizada, El libro de la salsa tiene sus debilidades que percibimos con benevolencia, como le vemos los defectos a un amigo. Por un lado, desprecia el boogaloo y eso tiene lógica, ya que el boogaloo (el acercamiento hacia el pop y el soul en Nueva York entre 1964 y 1968) fracasó ante el impacto de la salsa. Y da igual que le preguntes a Eddie Palmieri, que aún lo considera un sarpullido, o que le recordaras sus comienzos a Willie Colón. "Aquello pasó, ni tenía clave, ni tenía sabor", concluyen los que aún se dedican a la salsa.
Por otro lado Rondón parece despreciar fenómenos como la salsa colombiana o la salsa africana, que tampoco merecen un espacio riguroso en las sucesivas reediciones de un texto que recientemente ha sido traducido al inglés. Lo que puede parecer un defecto es su mejor virtud: Rondón describe lo que se ha vivido con intensidad y lo que consigue es sembrar la semilla para que otros escriban otras realidades desde otra perspectiva. Es el caso de José Arteaga, que hizo un memorable La salsa (1990), un libro dedicado a la riquísima escena colombiana, y Oye como va (La Esfera, 2003) dedicado al jazz latino, que tiene la virtud de encajar como un guante en los hechos, lugares y personajes descritos por Rondón en su libro.
Arteaga hace desde internet un memorable programa de radio, La hora Faniática (Gladyspalmera.com), en el que repasa disco a disco los grandes momentos de la salsa. Curiosamente, ambos expertos describen apasionadamente las aventuras de los hermanos Andy y Jerry González. Rondón cuando describe al Grupo Folklórico y Experimental Nuevaoyorquino, Arteaga desde que los hermanos fueran descubiertos por Armando Peraza siendo adolescentes. Ninguno de los dos alcanza a describir las aventuras de Jerry González con los flamencos de Madrid, ciudad en la que vive desde los albores del siglo XXI. Pero, ésa es otra historia por contar.
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