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Fania: Salsa de U$30 millones

La venta de su catálogo trae de vuelta a la actualidad a la discográfica

Autor: Notimúsica/sábado, 22 de septiembre de 2018/Categorías: Notimúsica

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Por DARÍO MANRIQUE NÚÑEZ

Términos gastronómicos como salsa, sabor o azúcar (perdón: asúuuucar) no habrían adquirido novedosas dimensiones sin Fania Records, la discográfica que impulsó, en la bisagra de los 60 y los 70, una música expansiva y bailable con una jerga impagable, suculenta condensación de ritmos afrocubanos como el son, la guaracha, la pachanga, el guagancó o el bugalú. La salsa era música latina, sí, tocada en gran parte por puertorriqueños, cubanos y dominicanos, pero en sus inicios fue tan neoyorquina como después lo sería el punk rock de los Ramones, creada en barrios como el Bronx o el Spanish Harlem y rodada por pequeñas salas de baile por toda la ciudad.

Hace unas semanas se supo que el catálogo de Fania había cambiado de manos, adquirido por Concord, cabeza de ratón de los sellos independientes que tiene entre sus artistas a Paul Simon o James Taylor y en los últimos dos años ha gastado más de 600 millones de dólares en comprar los catálogos de diversas editoriales de música, controlando ahora parte de la obra de Pink Floyd, Igor Stravinsky, Phil Collins o Daft Punk.

Tremenda variedad la de un sello que ya antes vivía de nichos (música infantil, rock duro) y que es consciente de la rica veta de los derechos –discográficos o editoriales– de clásicos siemprevivos de la música para que sean sincronizados en cine y televisión o sampleados (un botón: I Like It Like That, del artista de Fania Pete Rodríguez, es parte fundamental de I Like It, número 1 en EE UU de Cardi B).

Por eso tiene sentido que Concord haya pagado bastante dinero (se especula con una cifra alrededor de los 30 millones de dólares) al fondo de inversión Signal Partners por los cerca de 3.000 álbumes y varios miles más de canciones que componen el inventario de Fania Records, una discográfica creativamente muerta desde hace mucho, pero con un catálogo vivo y empaquetado para seguir siendo explotado.

“OYE, QUÉ RICO SUENA, CON LAS ESTRELLAS DE FANIA”

Fue en 1964 cuando el músico dominicano Johnny Pacheco y el abogado Jerry Masucci crearon una casa de discos enfocada a la música latina, Fania, cuyo primer lanzamiento fue un álbum del propio Pacheco, Cañonazo.

Durante los primeros años, Fania no se distinguió demasiado de otros negocios similares que ya funcionaban en la ciudad, como Alegre Records. Pero Pacheco tuvo una idea brillante: juntar a todos sus artistas en una poderosa superorquesta que arrasaría en directo, las Fania All-Stars. Otra genialidad: desde el mismo nombre, el que a la postre sería su grupo más popular promocionaría la imagen del sello.

Allí se juntaron veteranos líderes de orquesta como el percusionista Ray Barretto, jóvenes como el pianista Larry Harlow (una de las pocas excepciones en cuanto a su origen no latino: le llamaban “El judío maravilloso”), el vocalista Cheo Feliciano, el extraordinario trombonista Willie Colón o su entonces pareja artística, el cantante Héctor Lavoe. Pero eran muchos más: alrededor de 20 músicos se podían subir al escenario en sus conciertos desde que debutaron en octubre de 1968 en la sala Red Garter, en el Greenwich Village.

Entonces comenzó a gestarse una leyenda que fructificaría el 26 de agosto de 1971 en un recinto más grande, el Cheetah, en Broadway con la calle 52. Algunos hablan de esa noche como aquella en la que nació la salsa, en la que cristalizó una evolución en marcha desde unos años antes, con una música inequívocamente latina pero que también respondía a los gustos modernos de miles de hispanos residentes en Nueva York.

Congas, timbales, bongós, piano, trombones, trompetas, flauta, guitarra y bajo eléctricos, instrumentos folclóricos como el cuatro puertorriqueño… La asombrosa riqueza del sonido daba para largas improvisaciones –descargas, en la jerga– de 8, de 14 o de 20 minutos en los que nadie, ni músicos ni público, paraba de moverse: era imposible.

Afortunadamente, podemos ver cómo se vivió esa noche de agosto de 1971 ya que Jerry Masucci aceptó la propuesta del director Leon Gast para grabar el concierto. El resultado sería Our Latin Thing (1972), un documental irregular pero con gran valor testimonial.

VOLVIENDO DE GUANTÁNAMO A KINSASA

“Lo que nosotros, con el tiempo, esperamos que suceda, es que este mensaje de amor y unidad llegue a todo el mundo y nuestra música y cultura latina también”. Tal declaración de principios era formulada por Ray Barretto en Our Latin Thing, y desde luego se cumplió. Solo dos años después, las Fania All Stars, acompañados de otros colosos como El Gran Combo de Puerto Rico o Mongo Santamaría, convocaron a 44.000 personas que tapizaron el Yankee Stadium con banderas puertorriqueñas, en un poderoso despliegue de orgullo boricua.

Pero la fama de las Estrellas de Fania saltaba fronteras. No solo tocaban en Latinoamérica, también llegaron a África. En 1974 se celebraba en Kinsasa (Zaire, hoy Congo) el famoso combate entre Ali y Foreman que pasaría a la historia como Rumble in the Jungle, y a la pelea le acompañaban conciertos de estrellas afroamericanas como James Brown o BB King. Johnny Pacheco vio una ocasión promocional única y se llevó a la Fania All-Stars para allá. Pero no todo fue oportunismo: escuchar a Celia Cruz, recién llegada a la agrupación, cantar Quimbara o Guantanamera delataba la fundamental huella africana presente en la salsa. Tampoco fue una sorpresa para el público local, pues docenas de orquestas de África Occidental llevaban desde los 50 tocando repertorio caribeño, en otro de esos billetes de ida y vuelta que a veces compra el destino.

“YO SOY EL CANTANTE”

Las All-Stars serían el estandarte de Fania, pero en solitario –o en sociedades creativas más reducidas– muchos de sus miembros editaban álbumes que hacían evolucionar la salsa en una imparable escalada artística que duraría toda la década de los 70. Estaban, por ejemplo, el dúo formado por Héctor Lavoe y Willie Colón, que cultivaron su imagen de gángsters del Barrio en discos como El malo (1967), Guisando (1969) o Cosa nuestra (1970).

La salsa era música eminentemente festiva, pero con el tiempo ganaría en profundidad, tanto en lo musical (incorporando al mejunje condimentos del funk, el jazz, el rock y otras músicas) como en lo lírico, o incluso en las coloristas portadas de Israel Izzy Sanabria.

En 1978 Héctor Lavoe grababa su cumbre, El cantante, un tema que entreteje majestuosas cuerdas con los sospechosos habituales –piano, metales, percusión– para una sentida reflexión sobre el contraste entre la imagen pública de una estrella de la música y sus demonios interiores (y Lavoe tenía muchos): “Yo soy el cantante, muy popular donde quiera, pero cuando el show se acaba soy otro humano cualquiera. Y sigo mi vida, con risas y penas, con ratos amargos y con cosas buenas”.

El cantante era una composición de Rubén Blades, un panameño que, en sociedad con Willie Colón, llevaría la salsa a una aguda dimensión social hasta entonces desconocida, con obras como Siembra (1978). No se puede decir que sus jefes tuvieran su misma visión concienciada: Blades se ha quejado mucho de que Pacheco y Masucci le quisieron cortar Pedro Navaja, su magistral recreación del Mack the Knife de Kurt Weill y Bertolt Brecht incluida en Siembra. No era el único lamento de los artistas de Fania, que vieron poquísimo dinero de las considerables ventas globales de sus discos. Actuaban en Colombia, Venezuela o Puerto Rico ante miles de personas, pero las cifras de ventas que les mostraba la discográfica en esos y otros países resultaban irrisorias.

FANIA EN ESPAÑA: LAUREN POSTIGO Y UNA CENA MEDIEVAL

La música de Fania volaba por toda Latinoamérica, ¿pero qué pasaba en la Madre Patria? Que, como a veces ocurre, no nos enterábamos de mucho. Ejemplo de ello es la entrada en nuestro país de su catálogo, que el sello barcelonés Discophon, especializado en copla, comenzó a distribuir a mediados de los 70. Su jefe de promoción era el inefable Lauren Postigo, que tuvo la genial idea de celebrar la llegada de los discos de Fania organizando una cena medieval en Madrid. Claro que sí, Lauren, ¿por qué no?

Pero el evangelio salsero iba dándose a conocer entre una serie creciente de enterados. Es curiosa la evolución, en Cataluña, del rock layetano, algunas de cuyas formaciones pasaron del rock progresivo a la indagación latina: la Orquestra Mirasol, la Platería, Gato Pérez… Todos ellos hicieron acuse de recibo de la buena nueva caribeña, igual que los miles de personas que llenaron el Palacio Municipal de Deportes de Barcelona el 21 de enero de 1981, un concierto que sería plasmado en un disco en directo, práctica habitual de Fania en sus giras mundiales.

“QUÍTATE TÚ PA PONERME YO”

Para esos años de inicios de los 80, la llama de Fania iba apagándose. Muchas de sus figuras, como Blades, se fueron a otras discográficas, hartas de las malas artes contables de unos Pacheco y Masucci que, por su parte, no supieron conservar al público anglosajón, atraído desde años antes por los no menos enfebrecidos ritmos de la disco music. Johnny Pacheco vendió su parte a Masucci, que no supo evitar que el sello languideciera en los 90 hasta su muerte en 1997.

Desde entonces, Fania ha cambiado de manos en varias ocasiones, con sus sucesivos dueños centrados en la explotación comercial del catálogo histórico a través de reediciones o remezclas de DJs modernos con los que volver a llevar su repertorio a las pistas de baile, como por otra parte hacen todos los sellos “de legado”, como Motown, con la que por cierto siempre se ha comparado a Fania, “la Motown latina”. Sin medirnos con el vecino anglo no somos nada.

Se puede imaginar que una compañía con experiencia y prestigio como Concord será tan respetuosa como imaginativa en su aproximación al tesoro de Fania. Por ahora, han anunciado que siguen adelante con el proyecto de Sangre nueva, una serie televisiva en la que estrellas latinas actuales atacan las joyas faniáticas. No será difícil que el repertorio siga brillando porque, como ha dicho recientemente Rubén Blades, “la salsa no expira porque inspira”.

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