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Vivo el legado de Ángel “Cachete” Maldonado

Por Mariela Fullana Acosta para El Nuevo Día

Autor: Notimúsica/domingo, 12 de enero de 2020/Categorías: Notimúsica

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La historia de la música afrocaribeña en Puerto Rico no podría escribirse sin el nombre de Ángel “Cachete” Maldonado, maestro de la percusión quien falleció el pasado viernes en la tarde luego de batallar contra un cáncer que apagó su vida a los 68 años.

Maldonado murió en su residencia en Villa Palmeras, en Santurce, en compañía de su esposa, Carmín Colón, y varias de sus hijas. Los actos fúnebres comenzarán el lunes 13 de enero, desde las 9:00 a.m., en la funeraria Ehret, en Río Piedras, donde será velado. El martes, el coche fúnebre saldrá a la 1:00 p.m. rumbo al cementerio de Villa Palmeras. En el trayecto se unirán varios músicos que acompañarán a la comitiva fúnebre hasta el campo santo, según informó Félix Giovanni Franceschini, portavoz de la familia.

Conocido como “El hijo del tambor”, Maldonado fue uno de los responsables en popularizar en Puerto Rico los tambores batá en la música y su concepto de la combinación de géneros. Su sapiencia sonora revolucionó la música latina con grupos como Batacumbele, que en lenguaje yoruba significa arrodillarse frente al tambor, y más tarde, con Los Majaderos. Maestro de maestros, Maldonado participó en más de 500 grabaciones de todo tipo de música, incluyendo la banda de rock mexicana Los Jaguares, con la que tocó a finales de la década del noventa. Fue, además, inspiración para muchos percusionistas del país y le dio la oportunidad a muchos músicos, quienes se abrieron paso gracias a él.

“Cachete veía el potencial de los músicos y por eso le dio oportunidad a tantos músicos del país. Si vienes a ver, todo el que tocaba con Cachete se iba a tocar o a cantar con otras agrupaciones. Él le daba la oportunidad para que empezaran, les enseñaba a tocar los tambores, cuál era el fundamento”, destacó Franceschini.

En el 2002 la salud del músico se vio afectada por un derrame cerebral, que se repetiría en el 2005 afectándole el cuerpo y el habla, pero jamás su espíritu sonoro que siguió resonando como un tambor. Maldonado no abandonó los escenarios, y así fuera en silla de ruedas, llegaba siempre a las presentaciones de Los Majaderos con shekeré en mano para tocar, no importa lo difícil que se le hiciera.

De sonrisa sincera y ojos expresivos, el músico nació el 16 de octubre de 1951 en Santurce, en el seno de una familia de músicos. Su padre, Rubén Maldonado era un bajista que había tocado en destacadas orquestas durante la época y le instó a tomar clases de piano. Pero Maldonado sintió el llamado hacia la percusión y comenzó a tocar batería, hasta que se topó con los tambores batá, que solo podían tocar quienes se habían juramentado en la religión yoruba, la cual hizo suya, como bien explicó al periodista Eliván Martínez en una entrevista publicada en el El Nuevo Día en junio de 2008.

Ángel “Cachete” Maldonado aprendió los secretos del toque y la afinación de los tambores en Nueva York durante la década del 70 con los maestros Carlos “Patato” Valdez y Julito Collazo, comenzando así una explosiva carrera que lo llevó a tocar con los grandes del jazz y la música latina, entre ellos con Luis “Perico” Ortiz, Dizzy Gillespie y Gato Barbieri. En ese tiempo llegó a tocar con La Conspiración, la orquesta de Larry Harlow, Eddie Palmieri, Louie Ramírez, Conjunto Libre y Típica 73, con la que grabó el álbum “Intercambio cultural”, fruto de un viaje a Cuba.

Fue precisamente en la isla caribeña que Cachete Maldonado aprendió muchas lecciones con otros grandes maestros. El amigo y portavoz de la familia recordó que luego del primer derrame el músico viajó a Cuba para un tratamiento y el primero en visitarlo fue el reconocido músico cubano Chucho Valdés. Así era la cercanía de Maldonado con los músicos de esa tierra.

Comprometido siempre con la comunidad y su gente, el tamborero formó parte del proyecto Jazz-Mobile, en la ciudad de Nueva York con algunos de los colegas con los que formaría la icónica agrupación Batacumbele, entre ellos el pianista Eric Figueroa y el bajista Eddie “Guagua” Rivera. Más tarde se unirían a este grupo los grandes percusionistas Givoanni Hidalgo y Pablito Rosario, y el cantante y trompetista Jerry Medina, quien ayer lamentaba profundamente el fallecimiento del maestro.

“Como músico siempre estaba buscando y escudriñando. Una de las cosas grandes, dentro de todas las que tenía Cachete, es que tenía una gran perspectiva y percibía el talento de las personas. Sabía de ver lo que esa persona podía dar. Así pasó, por ejemplo, con el cantante Héctor “Tempo” Alomar y conmigo mismo. Yo no iba a cantar en Batacumbele. Yo hacía trompeta y coros, pero cuando llegó el momento de grabar, por una razón u otra, las personas que iban cantar se tuvieron que ir y ahí fue que Cachete me dijo si me atrevía a cantar ‘Se le ve’, y yo, que soy cari duro respondí ‘pues vamos a cantarlo’. Cachete fue el que me dio carta blanca”, narró Jerry Medina sobre sus inicios en Batacumbele como vocalista.

Este grupo, agregó el músico, revolucionó la música afrocaribeña porque después de Rafael Cortijo, a su entender, nadie había hecho un uso y fusión de los tambores como esta propuesta que lideró Cachete Maldonado. El revuelo provocado fue tal, que Medina recuerda que en un viaje a Cuba el hermano del gran Benny Moré, luego de escuchar un solo de Maldonado dijo, “ustedes llegaron a la casa del trompo y se han llevado el trompo y la cabuya”.

“Cachete estaba bien consciente de la afinación de los tambores con la canción que se estaba tocando y el tambor en él pasaba a ser, además de un instrumento rítmico, un instrumento melódico”, abundó sobre quien fue su gran amigo por más de cuatro décadas.

Sobre el apodo de “Cachete”, el propio músico llegó a narrarle en una entrevista previa a El Nuevo Día, que este le acompañó desde adolescente cuando unos vecinos de la urbanización Los Ángeles, en Carolina, le bautizaron así por sus grandes cachetes. Cuando se mudó a Santurce con su familia, pensó que se había librado de aquella mala broma, pero uno de aquellos vecinos llegó a su nuevo barrio a regar la noticia, quedando para siempre “Cachete”.

Librepensador y creador sin límites, el maestro Maldonado vivió la vida que quiso, solo dijo arrepentirse de “no coger las cosas con calma”. El legado que deja este “hijo del tambor” a esta tierra que hoy tiembla con su partida es inmenso y seguirá resonando en cada esquina a través de esos hijos e hijas a los que encaminó y que hoy le rinden homenaje sonando los tambores a través de los que vivirá por siempre. ¡Gracias, maestro!

Fuente: www.elnuevodia.com
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