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por: Ricardo Alonso Venereo
La partida este 25 de marzo, del cantante Orestes Macías (Bejucal, 9 de noviembre de 1934) deja un gran vacío en la historia de la música cubana. Su voz por muchos años en el Conjunto Rubavana (1958-1994, con algunos intervalos como solista), junto a la de Raúl Planas, le imprimió a esta popular agrupación un sello indiscutible. Por su puesto, fue también muy querido por todo nuestro pueblo.
Sus primeros pasos los dio precisamente en su tierra natal en la banda municipal y como cantante y percusionista en las tradicionales Charangas de Bejucal. Ya en la capital, en la década del 50, su presencia se hizo habitual en programas de la naciente televisión nacional, y formó parte del grupo Vas-Cané, junto a músicos que venían de la Sonora Matancera como Javier Vázquez pero de inmediato es solicitado por la orquesta de Arcaño y sus Maravillas (1955) y luego por la Hermanos Castro (1956). Fue, sin embargo, en el Conjunto Casino(a partir de 1959) donde alcanza el estrellato de una época de grandes boleristas (Benny Moré, Orlando Contreras, Roberto Faz, Orlando Vallejo, Elena Burke, Orlando Fierro y Omara Portuondo, entre tantos), con quienes cantó en múltiples ocasiones.
Como bolerista es recordado por su versión de la obra Vanidad, de Alberto Molmagran, Ojos y labios, de Carlos Gómez, Tuve un amor, de Joaquín Mendive e igualmente por su versión de Boda Negra, de la autoría del sacerdote venezolano Carlos Borges. Pero también, como aporta el investigador Emir García, por su versión de Sobre una tumba una rumba; un tema de Ignacio Piñeiro al que dio el swing de esa forma de hacer el bolero al estilo «moruno».
Si algo le caracterizó fue su modestia y humor criollo. Ese carisma le proporcionó junto a su voz defender por años al bolero, entre tantos géneros que se imponían en su época como la guaracha y el son, hechos igualmente con maestría por el Conjunto Rumbavana, los que también interpretó como corista de la inolvidable agrupación, hoy casi totalmente olvidada y ausente en nuestra programación radial y televisiva.
En 1995 realizó una exitosa gira por Colombia con el Conjunto Caney, en tanto, sus apariciones y permanente aliento a los Festivales del Bolero, dimensionaban su significado en la tradición y en un género musical que conquistó el mundo.
Sus últimos años los compartió con sus colegas de los Tradicionales de los 50, un «todos estrellas» donde le siguió dando glorias a la música cubana.