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Fuera, zapato viejo!

Cónicas, retratos y entrevistas sobre la Salsa en Bogotá

Autor: Notimúsica/viernes, 29 de mayo de 2015/Categorías: Notimúsica

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Por José Arteaga

No recuerdo haber visto a Mario Jursich estudiando. Quiero decir; no es que haya sido un mal estudiante javeriano (todo lo contrario), sino que sólo lo recuerdo como editor. Editor del Fondo Cultural Cafetero, editor de la revista Gaceta, editor de la revista Número y editor de El Malpensante. Mario Jursich está hecho en tinta, aunque haya seguido la senda académica de la filosofía, se haya enamorado de la literatura y haya acabado convertido en un especialista en comunicación social.

Si la tinta no corriera por sus venas, sería muy complicado mantenerse como editor tanto tiempo, pero lo ha hecho a punta de entender la edición como un oficio en el que hay que hacer de mensajero, impresor, pagador de promesas y confesor, pero sobre todo de funcionar como Allan Pinkerton, creador de la primera agencia de detectives del mundo.

A comienzos de 2012, cuando el Instituto Distrital de las Artes de Bogotá quiso hacer un libro sobre los 15 años del festival Salsa al Parque él, confeso amante de la salsa y sus parabienes musicales, fue propuesto como editor. Así toda esa forma de entender ese oficio cogió fuerza hasta acabar convertida en un libro de 624 páginas, 400 fotografías y 26 autores titulado ¡Fuera Zapato Viejo!, como el famoso grito de Ismael Rivera en Yo No Quiero Piedras En Mi Camino y Suave.

Pinkerton tenía una gran facilidad para elegir a sus agentes y asignarlos a seguimientos apropiados a cada perfil, y eso fue lo que hizo Jursich cuando Idartes se entusiasmó con su idea de construir un panorama de la salsa en Bogotá que tuviera como epílogo los logros de dicho festival. Y ahí encajo yo.

Dos tesis de grado

Tuve la enorme fortuna de coincidir en el tiempo con la generación que construyó buena parte de la salsa en Bogotá. Los primeros logros de Senén Mosquera me pillan muy lejos, y el surgimiento de La 33 también, pero lo que hay en la mitad digamos que lo conozco de cerca. Mucha gente de aquella generación había llegado de otras ciudades y yo era un pastusito entusiasta y borracho que tuvo a bien canalizar tantos años de juerga en una tesis de grado titulada Del Barrio Obrero A La 15, igual que la soberbia canción de Willie Rosario, y que se convertiría, por obra y gracia de Bernardo Hoyos y Leonel Giraldo, en el libro La Salsa en 1990.

Cuando Mario me llamó a contarme su idea de ¡Fuera Zapato Viejo!, me hizo un elogio que no olvidaré: “no es sólo que lo que escribiste sobre la salsa en Bogotá en tu tesis y libro fuera una referencia, sino que está redactado con el estilo que yo quiero en esta obra”. Se refería Jursich a lo que yo en su momento conocía como Nuevo Periodismo y hoy es llamado Periodismo Narrativo. La riqueza de ¡Fuera Zapato Viejo!, es que hay allí 26 formas de abordar un género rico en recursos.

Pero si el libro La Salsa era una referencia para él, también lo era la tesis de grado de Marcela Garzón Joya, 14 Sones: una historial oral de la salsa en Bogotá, que el propio Mario había dirigido en 2009. Garzón Joya se había dado a la tarea de buscar a los protagonistas de aquella historia y sacarles cientos de anécdotas deliciosas sobre sus propias vivencias en la radio, en la noche, en el baile, en la bohemia, en el toque, en la grabación y en el coleccionismo.

Para efectos de ese criterio narrativo Garzón Joya muestra en ¡Fuera Zapato Viejo! el lado desconocido del Viejo Mike (Miguel Granados Arjona), de los creadores de Rumbaland en el sur de la ciudad, y de César Pagano, quien creó un sitio al que Mario Jursich solía acudir en los años 80, El Goce Pagano; o mejor, El Goce, a secas, porque para los rumberos bogotanos, llamar así a tu sitio preferido es como tutear a un amigo.

Y así como ella, escriben muchos cronistas jóvenes, a quienes no les tocó vivir la época de El Goce sino la de Salomé Pagana, y también gente que se gozó la vaina en ese y en tantos otros sitios que ya no existen para convertirse con el tiempo en grandes narradores: Roberto Rubiano Vargas, Tomás González o Antonio Morales Rivera. Pero no sólo hay ilustres de la crónica y el periodismo narrativo (Daniel Samper Pizano, José Navia, Alberto Salcedo Ramos, Andrés Felipe Solano o Juan Miguel Álvarez). También hay poetas (Juan Manuel Roca), cineastas (Sandro Romero), fotógrafos (Rafael Baena), hombres de radio (Jaime Andrés Monsalve) y músicos (Bertha Quintero). Y están los más jóvenes que dan su particular do de pecho.

Eso es lo bueno del libro, que no es una voz única y doctrinal, sino varias que apuntan desde diferentes ópticas a lo multicultural y cosmopolita de una ciudad que ha vivido tantísimas jornadas de buena música. En un país donde el centralismo cultural ha predominado durante décadas, Bogotá fue epicentro de una cantidad de acontecimientos y encuentros de personas que propiciaron fenómenos como esta explosión caribeña en una sabana a miles de kilómetros del mar.

La salsa tiene la enorme cualidad de haber podido reunir a bienpensantes y malpensantes de la cultura afro-latinoamericana a su alrededor, y eso de alguna manera la ha vuelto imperecedera y digna de crónicas y reportajes que parecen no agotarse nunca en el tiempo. A la salsa le ha pasado lo mismo que al jazz: que en su derredor floreció un gran periodismo capaz de contar los entresijos de noches de swing, excesos y genialidades.

Por eso, aunque este retrato salsero de Bogotá es enormemente valioso, no es exclusivo de la capital colombiana. Alejandro Ulloa tiene un conocido libro sobre la salsa en Cali al igual que Liz Waxer. Héctor Escorcia tiene un libro inédito sobre la salsa en Barranquilla. Carlos Alberto Giraldo tiene un trabajo sobre la salsa en Medellín al igual que Carlos H. Torres, y Sergio Santana y Octavio Gómez tienen aplazado uno titulado Medellín Tiene Su Son (N del E: A estas alturas este libro ya apareció en edición limitada con el nombre "Medellín tiene su Salsa"). Santana, además, prepara un extenso repaso a la salsa colombiana ciudad por ciudad con la participación de varios autores. Antes de este libro editado por Jursich se había presentando Salsa y Cultura Popular en Bogotá, investigación de Nelson Antonio Gómez y Jefferson Jaramillo.

Lo que si tiene ¡Fuera Zapato Viejo!, más allá de cualquier discusión, es una edición extraordinaria y muy bien cuidada, estéticamente impecable como sólo el primer volumen de El Delirio de Cali, de la Fundación Delirio, supo hacer en 2008. Cada foto es un golpe de nostalgia, como si la vieja Inravisión abriera de par en par las puertas de sus archivos y que nos mostrara de repente algo que vimos para que no lo olvidemos. Ahí se entiende que la construcción de este libro haya equivalido a una tarea detectivesca.

Jursich le contó a El País de Cali que “uno piensa que todo el mundo tiene fotos de sus fiestas. Resulta que no; son poquísimas las personas que en los años 70 y 80 se fotografiaban dentro de un bar. Esa moda vendría mucho más tarde, cuando aparecieron los celulares con cámara y las redes sociales crearon un entorno propicio para exhibir esas imágenes. Además, como la salsa fue tan marginal en sus comienzos, ni los periódicos ni las revistas bogotanas se interesaron por registrar esa “música de putas y marihuaneros”. Sin embargo, lo que parecía una dificultad terminó siendo una ventaja. Coleccionistas, melómanos, bailarines, empresarios nocturnos, fiesteros: ¿quién no me abrió generosamente sus archivos? Gracias a eso,¡Fuera zapato viejo! tiene una deslumbrante galería gráfica que incluye fotos, tarjetas de visita, flyers, portadas, afiches, mapas y un larguísimo etcétera”.

Bueno, ¿pero qué hay ahí?

Al principio, los músicos, los grandes protagonistas, cuyo derrotero comienza con el recuerdo de Arista y su exquisita voz sonera en la céntrica Casa Folclórica del Chocó. Hay allí historias de héroes locales (César Mora), de cerebros fugados (Edy Martínez), de comienzos de músicos legendarios (Washington y sus Latinos) y de las leyendas negras de algunos de ellos (Joe Madrid); de grupos que no llegaron a grabar nunca (Los Blistons) y de orquestas de mujeres triunfadoras (Yemayá, Cañabrava y Siguaraya).

Luego están las historias de los rumberos, de los bailadores, de los salseros y sus templos, de los sitios que construyeron un mapa sonoro de Bogotá antes, durante y después de aquellos años marcados por el deslumbrante dinero fácil del narcotráfico. Recuerdos vivenciales de quienes se patearon las noches de una ciudad que no tenía Transmilenio ni circunvalar. La historia de Chucho, el que bailaba en las propagandas al son de “todos comemos bon bon bum, la colombina que hace bum”; el recuerdo de Rubén y los bailes blancos de Rumbaland; o las comprobaciones de que los futbolistas no sólo montaban churrasquerías sino que construían paraísos de la noche bohemia.

Después está la radio, la comercial del Viejo Mike y la universitaria de Moncho; las casetas de la 19 de los Vargas y los Álvarez; los coleccionistas y los productores legales y piratas, las casas discográficas, los operadores radiofónicos y los disc-jockeys “rompepiernas”; todos parte del ensamblaje de los ritmos. La salsa vuelve aquí a exhibir una virtud reservada a los grandes géneros: su enorme movimiento colectivo anónimo.

Finalmente está la historia de Salsa al Parque contada por Guillermo Pedraza, el mismo de La Charanga de la Candela, y Jeannette Riveros, la misma de Yemayá; la historia en forma de guión radial de la ya mítica visita de la Fania All Stars en 1980 y de los acontecimientos desconcertantes que la rodearon; y una ruta salsera con los bares que hubo y que hay en Bogotá, cuyo recuento e infografía debe ser envidia de los cronistas de otras ciudades, incluso de la mismísima Nueva York.

¿Y qué falta?

Pues un poco de todo, porque es imposible abarcarlo todo, porque muchos protagonistas ya no están y porque esto es el reflejo de una época y esa época estuvo íntegramente permeada por la salsa. Las aventuras de Carlos Molina en la época de las grandes orquestas de rumba, por ejemplo; o las enseñanzas de Benny Bustilloen los viejos cafés santafereños del centro de la ciudad; los cuatro años que Pupi Legarretta vivió en la ciudad; o como rememora Enrique Romero, la rumba clandestina de la gente que no tenía plata para ir a las tabernas.

Que se queden cosas sin decir no es malo. Es todo lo contrario porque estas palabras escritas darán pie a tertulias y a memorias felices de bebedores de ron, como diría Jursich, o para que Carol Ann Figueroa o Ángel Unfried escriban nuevas historias de una época, la actual, que se vive de otra forma, pero que sigue siendo salsera a morir.

http://lahorafaniatica.gladyspalmera.com/te-llevo-pal-rincon-bailando-suave/
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